Por mucho tipismo que te quieran vender, estar en un hotel de un pueblecito con encanto tiene un grave inconveniente: las malditas campanas de la iglesia, que suenan cada cuarto de hora para tocarte los cojones. Y los domingos por la mañana olvídate de trasnochar, porque entre los cuartos, las horas y los repiques que tocan a misa te dan ganas de ser sarraceno, irte al campanario, pillarlas y fundirlas para construir un cañón que bombardee la sacristía. Este fin de semana las sufrí y descubrí las grandes ventajas de los relojes digitales silenciosos con pantalla de cuarzo iridiado de color tiramisú.
En el Hostal Bonaterra, en Maçanet de la Selva, se come de coña. No os perdáis los canelones y el “bacallà a l’àvia”. Y la espalda de cordero asada tampoco está nada mal.
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