En el pueblo
han prohibido las campanas,
la llamada, esa palabra de metal.
Ya no vibra el aire con los tañidos libres, ni une creencias
con vestido de fiesta.
Algunos no soportan los caballos de antaño, el galopar
alado a ritmo de los sueños.
Se escribe la historia de aquellos hombres
con silencio de tumba,
desterrados los cantos infantiles en corredores mudos.
Sólo quedaba el campanario
testigo de sudores y frío, la cigüeña
rompiendo el monótono circular de la nada.
Permanecía la campana, espectadora de tejados sin voz,
tocando a mensaje y compromiso, a grito primigenio.
Y han dicho: basta,
llevemos el pasado con los muertos.
Es doliente el estío con el mudo canto,
que ya no llega a las cimas del cielo,
-reloj regio que ha dejado de latir-.
¡Qué tristes campos y labriegos sin el tañer
que acompasaba la vida y abría
los trinos en el aire!.
¡Y qué nostalgia en los trigales
que no crecen con el sonido en sus raíces!
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