Cuando hablamos de campanas e intentamos
realizar una reseña sobre su historia, es preciso diferenciar entre el
mero instrumento musical, con una antigüedad, como veremos, indefinida
en el tiempo, y las grandes campanas en el campanario, mucho más
recientes. Como el tema es bastante extenso, nos concentraremos hoy en
su primera parte, para acometer en otra ocasión la segunda.
El uso del metal para la emisión por percusión de sonidos
más o menos agradables es muy antiguo y se encuentra en muchas
civilizaciones muy diferentes. El ambiente precristiano no es ajeno a
semejante uso, y de hecho, el Exodo registra también una breve mención a las campanas, bien que sea la única en todo el Pentateuco:
“En todo su ruedo inferior harás granadas de
púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino torzal; y entre
ellas, también alrededor, pondrás campanillas de oro: una campanilla de
oro y una granada; otra campanilla de oro y otra granada” (Ex. 28, 33-34).
En el ámbito clásico, relata el griego Estrabón (63 a.C.-24 d.C.) que la apertura de los mercados se hacía con un “kodon”, mismo instrumento que según Aristóteles portaba un sereno nocturno. Y el poeta hispanorromano Marcial (40-104) que la de los baños públicos se hacía con un bien onomatopéyico “tintinnabulum”,
que nos indica de manera bien descriptiva hasta la clase de sonido que
emitía, aunque quepa preguntarse todavía qué grado de similitud tenían
semejantes instrumentos con las que hoy denominamos “campanas” y a lo
mejor, tenían más de sonajero.
En la literatura paleocristiana nos pasa algo semejante con palabras como “signum” o “docca”. La primera es frecuentemente utilizada por San Gregorio de Tours
(c. 585), quien hasta menciona una cuerda que se usaba para golpearlas,
instrumento que sonaba antes de los servicios religiosos o servía para
despertar a los monjes. En la “Vida de San Columbano” escrita en el año 615, se nos informa de que cuando uno de los monjes agonizaba, Columbano reunió a la comunidad mediante el tañido de un “signum”. Las “Constituciones” atribuidas a San Cesáreo de Arles (c. 513) y la “Regla de San Benito” (c. 540) también usan la palabra.
Una exploración etimológica del término nos lleva por dos caminos. Por un lado, la palabra “campana”, que aparece por primera vez en el sur de Italia hacia el año 515 en una carta del diácono Ferrando al abad Eugipio. Es utilizada por Cumiano hacia el año 665, y por Beda hacia el 710. Una alusión en el Liber Pontificalis
a la que aludiremos cuando hablemos de los campanarios, incluso llevará
a algunos a pensar que las campanas tienen su origen en la región
italiana de Campania.
Interesante teoría es la que asocia la invención de las campanas a San Paulino de Nola
(355-431), retrotrayendo de este modo su uso eclesiástico a un temprano
s. IV. Algo que con toda probabilidad deriva de una fábula del poeta Avianus de la segunda mitad del s. II en el que designa un instrumento parecido a la campana como “nola”:
“Hunc dominus, ne quem probitas simulatae lateret, Jusserat in rabido gutture ferre nolam”.
Añádase a ello que Paulino fue obispo de
Nápoles, precisamente en Campania, y tiene Vd. servido en bandeja el
origen del mito. Tan arraigado, que algunos consideran al de Nola santo
patrono de los campaneros.
El segundo camino nos lleva a la palabra “clocca”, que da “cloche” en francés, “Glocke” en alemán y “clock” en inglés, la cual, de origen irlandés, la encontramos en la “Vida de San Columbkill” de San Adamnan de Iona (627-704) y en el “Libro de Armagh” del s. IX.
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